Jaguar caminando entre árboles nativos en un bosque reforestado de Colombia, símbolo de la restauración de su hábitat natural
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La reforestación a través de los ojos de la fauna

Mi nombre es Yaguará. Así me llamaban mis ancestros, antes de que sus rugidos fueran silenciados por el avance de las motosierras y el humo de los incendios.

Nací en los espesos bosques de la Amazonia colombiana, en un rincón donde aún sobrevive la selva, entre junglas, montañas y ríos, lugares que siguen resistiendo, como nosotros: los jaguares.

Soy parte de una especie antigua, majestuosa, símbolo de poder y equilibrio, pero también testimonio viviente de la fragilidad de los ecosistemas.

En los bosques de El Salvador y Uruguay ya no quedan rastros de mis parientes. Allá ya fuimos exterminados.

En el resto de América Latina, hemos perdido más de la mitad del territorio donde alguna vez caminábamos con libertad.

En solo 14 años, el 20% de nuestro territorio ha desaparecido.

La selva se convirtió en potreros, los árboles en carbón, los ríos en hilos sucios que apenas murmuran vida.  Y nosotros, los jaguares, fuimos empujados al borde.

Durante mucho tiempo, he recorrido territorios en busca de alimento, refugio y seguridad.

Pero cada vez hay más vacíos entre los árboles. Más cercas, más caminos, más construcciones, más áreas incendiadas y bosques degradados.

Cada día hay más amenazas. Y cada vez hay menos de nosotros, pero sí muchas más vacas.

Hasta que un día, algo comenzó a cambiar…

Siguiendo el olor de la tierra húmeda, encontré algo que no había visto en mucho tiempo: manos humanas no talando, sino sembrando.

Jóvenes y adultos, campesinos e indígenas, colocando pequeñas plantas en la tierra con sumo cuidado, como si sembraran esperanzas.

Eran parte de algo llamado Acción Verde, me enteré después.

No eran cazadores, ni ganaderos, ni extractores de oro o madera.

Eran los guardianes de nuestros ecosistemas, quienes nos ayudan a recuperar nuestro hogar y nuestras costumbres.

Eran restauradores del bosque.

Y lo hacían junto a personas como Guillermo, quien ahora protege la cuenca del río Chaina, para que las comunidades que antes sufrían por falta de agua, ahora ven correr caudales más abundantes, gracias a los árboles que él mismo planta, siguiendo la iniciativa de Acción Verde.

Yo observaba desde las sombras cómo esos árboles crecían.

Cedros, yarumos, guayacanes, ceibas, acacias… cada uno, un nuevo refugio: para las aves, los insectos, los roedores, las serpientes y los monos, así como también para nosotros los jaguares.

Los corredores biológicos empezaron a formarse de nuevo, conectando fragmentos dispersos de selva, permitiéndonos movernos sin miedo, para cazar, para buscar pareja, reproducir nuestra bella especie y poder vivir en paz.

La reforestación, según entiendo, no es solo plantar árboles. Es restaurar los latidos del bosque.

Es permitir que los ríos fluyan, que las lluvias vuelvan y que las semillas encuentren suelo fértil.

Es devolverle a la tierra lo que una vez le fue arrebatado.

Y para nosotros, restaurar la fauna silvestre, es recuperar nuestro hogar.

Sé que aún falta mucho. La amenaza no se ha ido del todo. Pero por primera vez en generaciones, mis cachorros tienen una oportunidad de crecer sin el eco de las motosierras.

Y en un futuro cercano, podrán jugar bajo la sombra de árboles sembrados con amor y caminar por senderos donde antes no había más que tierra árida.

A quienes hacen posible esto —a quienes siembran, a los que donan, y a los que protegen—, les digo de corazón, muchas gracias..!

Cada árbol plantado es un nudo de resistencia, una promesa de futuro, para nosotros los jaguares, al igual que para muchas otras especies, incluso en vía de extinción.

El bosque está volviendo. Y con él, nosotros y nuestros herederos.

 


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